23 de enero de 2012
Descubriéndonos... Capítulo 22
DISCLAIMER
Los personajes pertenecen a S. Meyer y la historia es de mi autoría.
Sí. Sí, sí, sí, sí, sí.
Mi respuesta bramó, cantó y gritó en mi mente repitiéndose
una y otra vez sin cesar. Mas de mis labios no salía sonido alguno.
― ¿Qué rayos te sucede
imbécil? ¡Contesta ya!― me gritaba mi monstruito interior.
― ¿Ed? ―susurró ella cada vez más contra mis labios― ¿No
quie…?
―Shhh ―dije poniendo un dedo sobre sus labios para que no
terminara la frase que de ser pronunciada sería una pura blasfemia.― No seas
tonta. Claro que quiero ¿Cómo no hacerlo? ―pregunté medio incrédulo de que
hubiera alguien que la rechazara.
Ella bajó la mirada y se dejó caer levemente contra mí ya que el peso en sus
brazos se estaba venciendo.
Opté por ponernos más cómodos, así que tomando fuertemente
su cintura en una de mis manos y su nuca con la otra nos giré hasta quedar de
costado.
―Dios bella. Eres demasiado deseable para tu propio bien.
― ¿En verdad me deseas? Quiero decir, ¿Me deseas como mujer?
― ¡Joder Bella! Te amo, te deseo ¡Anhelo todo de ti! Tu
amor, tu cuerpo, tus dudas, tus risas, tus lágrimas… Tus sonrojos. Me vuelves
loco ―dije sonriendo por que esa era la
pura verdad―. Nunca esperé sentirme así, y ahora puedo decir que estos
sentimientos… Aunque complejos, son lo mejor que me ha pasado en la vida. TÚ
eres lo mejor de mi vida.
Quizás diera la impresión de que estuviera sobre reaccionando,
pero no. Todo lo que dije, en verdad lo siento. Expuse mi alma a ella,
enamorándome sin límites ni reservas... Y esperando con cada fibra de mi ser
para ella lo que ella era para mí.
― ¿Es así como te sientes? Me refiero, ¿Con nervios y
anhelos?
¿Deseo y amor? ―yo asentí y ella respiró profundamente.―
Entonces, por favor, por favor Edward… Hazme el amor, aquí, ahora. Déjame sentirte,
déjame sentirlo todo. Solo tú y yo, aquí, en nuestro lugar… Déjame hacerte
sentir lo que tú provocas en mí ―agregó tras una pausa.
La acerqué de la nuca susurrando lentamente lo único que se
me hacía apropiado en semejante momento;
―Te amo mi Bella ―solté antes de estrellar mi boca en la
suya.
Los sonidos naturales de nuestro prado acompañaban cual
melodía nuestras acciones, otorgándoles a cada una de ellas un nuevo
significado, diferente a todo. Esta vez todo era sublime, mágico.
Mis oídos querían captar cada cosa –por más simple que
fuera-, cada sonido y grabarlos, tatuarlos si era preciso en mi memoria. Cada
sentido estaba alerta y plenamente abocado en la faena que ahora vendría. Esta experiencia
sería completamente única y quería revivirla una y otra y otra vez luego en mi
mente.
Lentamente fui tomando el control de los besos, alternando
uno suave y tierno de completa adoración, con uno hambriento y desenfrenado
cargado de la más pura de las lujuria… Y deseo.
Mis manos por el momento permanecían quietas en sus lugares,
tan solo apretando y soltando ligeramente, dejándola sentir al máximo la
humedad, el sabor, de tan cargados esos.
Al menos eso fue hasta que sentí sus manos activas recorrer
mi pecho, mientras un gemido ahogado moría en mi boca. Demonios.
―¡Yaaaa! ¡Arráncale la
ropa y dale duro! ¡Reclámala de una puta vez! ―gritó el monstruito
desesperado al mejor estilo cavernícola.
Arrg… Al parecer, la lucha contra mi eterno monstruito Neanderthal
sería justamente eso… ETERNA ―pensé bufando mientras internamente lo veía ir y
venir jalándose los cabellos y mirándome a su vez con odio infinito. En un
punto daba risa, pero no ahora, así que, dándole una gloriosa y fuertísima
patada mental opté por dejarlo Nock Out. Este era mi momento, nuestro momento,
solo ella y yo; y no lo compartiría con nada ni con nadie, ni siquiera con mi
estúpido yo interno.
A todo esto, sus manos comenzaron, o más bien nunca dejaron
de moverse, en realidad, podría decirse que en el minuto en el que mi debate
mental se llevaba a cabo ellas tan solo cobraron aun más vida. Gruñí al
sentirla rasguñar mi espalda.
Muy bien, hora de retomar las riendas del asunto.
Volví a atacar su boca, esta vez reclamando dar todo de sí
en tan solo un beso, a tal punto que sus manos fueron ralentizando sus
movimientos hasta parar. Tan solo concentrándose ahora en el movimiento continuo
de nuestras lenguas, y en la batalla que se producía entre nuestras necesitadas
y hambrientas bocas.
Esta vez mis manos sí acompañaron la danza que habíamos
comenzado. Acariciando fuerte su espalda y suave su vientre.
Hasta que ella se separó de golpe, sentándose sobre sus
talones para luego pararse.
¡¿Qué rayos? ¡Joder, que no me diga ahora que se ha
arrepentido, por favor –rogaba internamente-, que no me di…
¡Santa putísima mierda!
Yo seguía ahí, tirado, mirando hacia arriba como embobado
mientras ella me miraba desde arriba con ternura; expandiendo una sonrisa dulce
y serena en sus hinchados labios… Para luego tomar los bordes de su remera y
quitársela en un movimiento fluido consiguiendo dejarme sin respiración, sin
aliento en tan solo un segundo. Tras quitársela de un tirón la aventó sin
reparos hacia su derecha sin siquiera mirar donde caería.
Sus ojos fijos en los míos en todo momento; los míos,
absolutamente embobados de su irreal belleza.
Sus manos viajaron seguras hacia su espalda para, segundos
después, ver como su delicado corpiño blanco impoluto con un ribete de encaje
negro en los bordes se deslizaba suavemente de sus hombros, destapando a su
paso la maravilla de sus cremosos y níveos pechos ante mí, y dejándolo caer al piso
ante sí.
Amé el hecho de que nuestra confianza fuera tal que ella no
sintiera ya esa compulsiva necesidad de cubrirse mí.
La vio morderse el labio nerviosa cuando sus dedos
encontraron el diminuto botón de su pantalón para desabrochar del primero al
último de ellos, revelando a mi vista con extrema lentitud un más que deseable
ribete negro idéntico al del corpiño y dejándome fantasear al respecto.
Fantasía que tampoco duró demasiado, ya que en seguida enganchó sus pulgares a los
lados comenzando con el contoneo para quitarlos seductoramente de su piel.
Sonreí ante esto.
Mi Bella intentando ser más sexy de lo que ya era.
Como sea, llegó el momento en el que quitó sus pies al fin –luchando
un poco ya que eran unos de esos tipo chupín, súper ajustados hasta en los
tobillos-, y quedando al fin tan solo enfundada en aquella diminuta tanga ante
mí. Esplendor en toda su femenina gloria.
Parecía un ángel, un ángel que invitaba a pecar, un ángel
que me tendió la mano para que juntos pecáramos por primera vez en algo tan
hermoso como sería hacer con ella el amor.
Tomé su mano y me incorporé, adorándola en silencio. Mi ángel,
mi musa, mi diosa... Mi Bella.
El sonido de hojas crujiendo en el viento y la suave brisa
como única banda sonora del mayor acontecimiento de nuestras vidas hasta el
momento. El cielo y el suelo como únicos testigos de nuestra pronta unión.
Bella tomó con suavidad el borde de mi remera y procedió a
levantarla lenta y provocativamente, rozando con los nudillos y yemas la piel
que iba exponiendo. Solo ayudé o más bien colaboré, al momento de quitarla por
completo. Anhelante, expectante de más.
Y el “más” no se
hizo esperar.
Ella recorrió mi pecho y brazos con la punta de sus dedos,
acercándose a dar ligeros besos también, como pequeños toques de plumas.
Rodeándome hasta llegar a dar con mi espalda, haciéndome
sentir su piel en el proceso del roce.
Tentándome con tomarla.
Sentí los pequeños besos que dejó en mis hombros, nuca y
omóplatos y las suaves caricias de sus yemas recorriendo mis costillas. Hasta
que volvió a quedar de frente a mí, tal y como diosa antigua del olimpo en la
extensión de toda su magnificencia.
Al quedar enfrentados pude ver como su rostro estaba
completamente sonrojado y como sus pezones denotaban su excitación al estar
erectos apuntando hacia mí.
Mirándome fijamente a los ojos colocó sus manos en mis
hombros y las fue deslizando por mi pecho de manera descendente, estirando en
el proceso algunos de mis ensortijados y cobrizos vellos siguiendo su último
camino corporal hacia mi parte más privada. Su respiración se aceleró
notoriamente cuando sentí como sus dedos desprendían el botón de mis pantalones
y luego procedían sin timidez a descender la cremallera del mismo, dejándolo de
manera floja sobre mi cadera. Dio un paso adelante y terminó pegando su cuerpo
al mío antes de enganchar sus pulgares a mis lados, y sin esfuerzo alguno,
dejarlos caer… Así como mi contención.
Hasta ése momento me había quedado quieto, expectante, y
hasta confieso, sorprendido por su acción y osadía. Pero el sentir sus pechos
rozar el mío y su piel calurosa envolverme cual guante, fue demasiado.
Apartando mis ahora, molestos pantalones de una patada,
enrosqué mis brazos en su cintura y reclamé sus labios con total posesión.
La besé de mil maneras, pero todas con amor. Un roce, una
caricia, cada cosa estaba impregnada de aquel gran y complejo sentimiento.
Besé su boca hasta que prácticamente sentí acalambrarse mi
mandíbula y fue entonces, solo entonces cuando al fin opté por seguir besando
el resto de su piel de alabastro.
Besé, lamí, y succioné la dulce piel de su cuello,
intentando con todas mis fuerzas contenerme de manera tal que no le quedaran
marcas. Al menos no hoy –pensé para mí.
Comencé a inclinar una de mis rodillas a medida que iba
descendiendo cada vez más. Besé sus hombros, sus clavículas, su puente entre
los pechos, las deliciosas cimas de los mismos, la curva de su figura, sus
costillas y ombligo… Hasta que por fin llegué a besar y succionar por sobre la
línea de esa tentativa braga hasta oírla gemir con fuerza.
Desesperado por probarla, más bien devorarla, y a la vez
rogando que no se asustara, tomé uno de
los bordes, y lo rompí con suma facilidad.
Ella solo me miró cuestionándome con la mirada, pero a la
vez, mostrándome una llama de pasión y deseo, que hasta ahora no le había visto.
Esta vez tomé el otro lado con el mismo fin, pero sin apartar la mirada de ella.
Disfrutando de su pequeño salto y gemido ante el sonido de la tela al rasgarse.
Resultó algo casi liberador diría. Tiré al fin bruscamente de la pequeña tela y
la lancé por sobre mi hombro para, a continuación, tomarla de sus firmes y
suculentos glúteos y poder enterrar mi boca a gusto en mi pequeño Edén
personal. El sabor de su néctar embebió todos mis sentidos. Era algo hermoso.
Separé sus piernas un poco más para tener total libertad de
acceso, y sentí como sus manos cálidas se posaban en mis hombros asiéndome de
apoyo.
Su sabor embriagó cada una de mis papilas gustativas
haciéndome gruñir de anhelo. Ella era adictiva, placenteramente intoxicante, mi
única y gloriosa droga personal.
Degusté cual manjar sus más íntimos jugos, recolectando con
mi lengua sedienta tan sabrosos deleites. Mi lengua saqueó como nunca cada
recoveco suyo por unos momentos eternos
que supieron al mismísimo paraíso. Tocarla era celestial así que estaba
completamente seguro de que estar en ella sería como tocar el cielo con las
manos, como recostarme en una esponjosa y mullida nube y luego descender
flotando como pluma de ángel. Y aquello era algo que me moría por comprobar.
Pude sentir como sus músculos apretaron mis dedos cuando los
introduje de golpe en su caliente cavidad. Estaba lista. Pero yo aún no.
Seguí con mi faena hasta que al fin ella se vino en mi boca
dejándose caer lenta e inexorablemente a mi lado en el piso. Así, toda
desmadejada fue como la guié a acomodarse en la manta.
Bella sólo abrió parcialmente los ojos, estirando sus brazos
hacia mí. Y yo… Yo solo me dejé ir sin más reservas de ningún tipo o temores a
ella.
Recostándome sobre su cálido cuerpo comencé a adorarlo como
la diosa que ella era. Colmando de besos cada centímetro y milímetro de su piel,
volcando en cada uno el amor que traspasaba mi ser mientras ella suspiraba,
gemía y se retorcía con renovado placer debajo de mí.
Bella todavía disfrutaba de sus espasmos post orgásmicos así
que mis atenciones solo lograban que su deseo resurgiera y su tensión
desapareciera. No lo pensé dos veces.
Aprovechando que ya me encontraba entre sus piernas
presionando casi a piel su entrada y la extra lubricación naciente de su
interior por la culminación anterior, arremetí contra ella de una estocada
certera.
De verdad, de verdad, DE VERDAD que no quería que le doliera
demás, por eso quise aprovechar el hecho de que estuviera relajada y en pleno
disfrute de clímax para mancillar su inocencia, ya que después de oír miles y
miles de opciones en toda mi adolescencia opté por el “más rápido, antes pasa”. No sé si fuera cierto o no… Pero al
parecer estaba a punto de averiguarlo.
¿Debo de añadir que a mí también me molestó un poco? ¿Molestó? ¿Ardió? ¿Tiró? Sí, un poco de todo eso
¡Joder! ¡Yo también soy nuevo en esto! ¿Era normal? No fue un: “Uy, como duele”,
pero sin duda me incomodó un poco, sobre todo al ejercer la fuerza necesaria
para traspasar su himen. Auch.
La presión era embriagadora. La sedosidad de la funda que me
envolvía era y se sentía increíble. El calor era sencillamente abrasador.
Obviamente Bella se tensó ante la repentina intrusión.
Segundos después ella abrió sus ojos, observándome.
Sus ojos como pozos de chocolate derretido estaban
brillantes, bañados de infinidad de emociones. Yo la miré en respuesta,
estático aun en su interior luego de mi entrada, luchando con cada célula de mi
cuerpo contra la compulsión naciente de moverme.
―Edward… ―comenzó ella. Más no la dejé seguir.
Acalle sus posibles palabras con un beso feroz. Un beso que
esperaba le transmitiera al menos un poco de todo lo que rondaba en mi mente y
corazón en estos momentos. Y ella me respondió volcando los suyos…
No sabría decir exactamente cuando, pero en algún momento de
aquel beso sus caderas se removieron incitando a las mías a que comenzaran la
más antiguas de las danzas. Una danza que comenzó lenta pero que ganó velocidad
y confianza conforme los gemidos y suspiros; roces y rasguños; besos y caricias
también cobraron intensidad.
Una danza que nos catapultó de manera atroz a la cúspide de un placer supremo y desconocido que sabía –sin
saber como-, no demasiadas personas tenían la dicha, el privilegio de conocer.
Decir que vi estrellas sería decir poco.
Decir que toqué una sería igual.
Decir que con su tacto me convertí en una sería más acertado
que todo ello junto.
Por ella. Por su tacto. Por su calor. Por su magia. Por su
belleza… Y por su amor es que yo me he convertido en una maldita estrella.
Ahora brillaba con luz propia por la felicidad que había al
fin llegado a cubrir mi alma.
Etiquetas:
Descubriéndonos
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
awwwwwww lo ameeeeeeeeee gadii fue hermosoooooooooooo solecito
ResponderEliminar