23 de marzo de 2012

El problema de mi sexóloga, Cap 27


"El Show"


BPOV.:

El dolor lacerante en mi pecho ardía de manera indescriptible, dificultándome incluso la más leve respiración. Había tantos sentimientos encontrados dentro de mí en estos momentos que no podría decidirme a decir sobre cual comenzar a explayarme. Mi mente estaba completamente embotada en las palabras  que hacía solo unos instantes habían salido de mis labios, en la cinta sin fin de imágenes que acompañaban a cada una de ellas en mi muy traumada cabeza. Todo era tan jodidamente confuso, tan estremecedor.
Y eso fue lo último que supe.
Desperté poco a poco, totalmente desorientada.
Todo estaba a oscuras, aunque no negro en su totalidad, solo se alcanzaba a ver la silueta de los muebles y el dejo de luz de un punto que todavía no lograba ubicar. Mi memoria era un coladero, Sí, era un maldito coladero de imágenes difusas que se negaban rotundamente a cooperar –gemí.
Ok, sabía que estaba con ellos, en ahora su cuarto pero ¿Y ellos?
A tientas moví mi mano hasta tocar el pequeño interruptor de aquel hermoso velador que sabía estaba en aquella mesa de noche, iluminando con una cálida y tenue luz aquel recinto.
Enfoqué mi mirada durante unos cuantos segundos hasta que ésta al fin se reajustó y pude mirar con claridad cualquier superficie sin que mis muy sensibles ojos duelan. Sentía la garganta áspera y rasposa y un ligero dolor en la vista y cabeza. Mi cuerpo se sentía como agarrotado, todo como inequívoca señal de que el llanto me había agotado hasta vencerme ¡Genial! ¿No? Arrg.
Un leve murmullo llegó a mis oídos así que giré varias veces mi cabeza para ver de donde provenía. La puerta de la alcoba estaba entornada y por ella fue que antes entraba un dejo de luz y ahora estos sonidos apagados por lo que supuse que ellos estarían abajo -no tenía ni la más puta idea de que horas eran-. Me estiré muy fuerte en la cama y noté vagamente como la tela se estiraba con suavidad por sobre mis pechos y muslos, al mirar vi que llevaba una camiseta enooorme. Extraño. Tan solo llevaba eso y mis bragas. Mmmm… Me levanté despacio –y aun así-, no pude evitar el pequeño mareo que me dio. Comencé a moverme para bajar pero, ok, tenía que ir al baño. Rápidamente corrí hacia allí y, no me avergüenza admitir que sentí un gran placer cuando al fin pude vaciar mi vejiga, -ya que estaba- lavé mis dientes y me cepillé un poco el desastre que tenía en el pelo. Tras algunos minutos de inútil esfuerzo opté por simplemente atarlo en un flojo rodete. Listo. Ahora sí me encaminé  hacia el pasillo que conducía a las escaleras, caminando descalza sin hacer el menor ruido sintiendo el frío de aquella hermosa madera lustrada bajo mis pies. Toda la casa era perfecta, hermosa a más no poder, pensé gratamente sorprendida de que así fuera teniendo en cuenta que era el resultado de dos hombres solos. Era… Daba una cálida e indescriptible sensación de hogar.
Fue entonces cuando me quedé estática en el escalón a medio bajar, la imagen ante mi me había agarrado con la guardia baja.
Ellos se encontraban cómodamente en el sillón del living, el mismo en el que hoy Jacob y yo nos confesamos, el mismo en el que nos habíamos tomado los tres tras mi llegada abrupta a esta casa, el mismo en el que ahora ellos se hallaban besándose apasionadamente como si no hubiera mañana.
Era algo absolutamente magnífico verlos así, tan íntimos, tan arrobados. Casi me sentí una intrusa entre ellos. Casi.
Observé en silencio con inmenso deleite como posaban sus manos con suma confianza en el cuerpo del otro, como estos reaccionaban con absoluta entrega en respuesta a esos toques; observé como se amaban en cada aspecto y sentido más allá de las palabras. Y de pronto, sentí envidia. Envidié esa entrega y devoción de uno para con el otro. Y sentí miedo de quererlo, y sobre todo de llegar en algún momento a hacerlo. Miedo a perderme; a tenerlo y a no tenerlo; a responder y a no hacerlo… Básicamente, miedo a una emoción tan compleja e inmensa que no pudiera controlar y que a la larga terminara acabando conmigo.
Y mientras todo esto pasaba por un rincón de mi cabeza yo aún no quitaba mis ojos de ellos, mirando con un sentimiento muy similar al anhelo, como se poseían mutuamente con el vaivén de sus hermosos y ahora brillantes cuerpos.
Fue tal la magnitud de mi visión que me vi obligada inconscientemente a contener la respiración cuando los vi a ambos jadeantes y felices explotar en el éxtasis más pleno y, reteniéndolo, hasta después de ver los dulces besos entre sí como un mudo agradecimiento mutuo.
No podía creer la cantidad de sensaciones que me embargaron al verme como una mera espectadora ante tal demostración de placer y entrega. La calidez y el amor entre ellos resultaban prácticamente tangibles en el denso aire que se había conformado en aquella habitación, era casi asfixiante.
No me di cuenta hasta aquel momento que lentamente me había deslizado hasta quedar sentada en uno de los escalones de en medio. ¡Mierda! Si me movía ahora, por más sigilosa que fuera, lo notarían. JO-DER. Ok, esperaría entonces a que ellos se distrajeran con… algo, cualquier cosa –que seriamente esperaba que no fuera otra grandiosa ronda de desenfrenado o dulce y tierno sexo delante de mis narices―, y escaparía entonces rápidamente escaleras arriba. Sí, eso… y esperaba que fuera pronto porque ver tanto roce y demás me había dejado con una entrepierna palpitante y henchida que necesitaba atención… URGENTE atención. Pero a la vez no quería interrumpir su momento.
Dios, sabía que desde que me habían conocido todo había sido una maldita locura. No era culpa mía –lo sabía-, pero eso no quitaba el regusto amargo que me dejaba el hecho de saber que de alguna forma –ok, en más de una forma-, yo había interrumpido y quebrantado la paz de su unión, e inclusive de su sueño de un futuro simple con  su añorada pareja. Una ira desconocida –muy similar a los celos debo añadir-, se instaló en mi pecho y me apresó con fuerza cuando brevemente una imagen de ellos con una mujer sin rostro se instalaba fugazmente en mi cabeza. NO. O sea, simplemente, NO. De alguna manera intrincada y engañosa cada uno de ellos se había colado tras mis muy levantadas y reforzadas defensas y ahora… Me sentí insegura, insegura de entregar mi amor sin límites a aquellos dos perfectos amantes que tenían entre sí aquella tan intensa conexión entre sí; cosa que sin quererlo ni saberlo, en este preciso momento me hacía sentir un tanto excluida a pesar de todas aquellas palabras anteriormente mencionadas en aquellas charlas y convenios, en aquellas verdades verbalizadas y…
― ¿Bella?
Mi corazón dio un vuelco ante aquel susurro con un leve matiz de sorna. Primero paró y luego echó a correr una carrera atroz dentro de mí.
Mierda. Había estado tan ensimismada pensando que mi mirada difusa y fuera de foco seguía clavada en aquel sillón, mientras que sus previos ocupantes estaban en estos momentos delante de mí con una mueca idéntica en sus rostros relajados. Duda, diversión, y ¿Deseo?, sí, todos ellos se reflejaron en sus ardientes miradas. De seguro que el deseo era debido a los rescoldos de su muy reciente apasionado encuentro, pensé con una pizca de irritación.
― ¿Estás bien muñeca? ―esa simple pregunta disparó algo cálido dentro de mí.
Claro, aún no hallaba mi voz como para haberle respondido a Ed su anterior pregunta, así que ahora, preocupados, borraron sus tontas caras evidentemente satisfechas. Joder, parecía una niñata con una rabieta tras haberle quitado un dulce –entrecerré mis ojos-; bueno ¿Quién no se cabrearía al pensar en haber perdido a estos dos dulces? Bufé y Edward enarcó una ceja, una perfecta, poblada y enmarcada ceja ¡Mierda! Hasta las jodidas cejas eran perfectas.
―Creo que estás pensando demasiado gatita ―susurró Edward en mi oído, exhalando su cálido, fresco y embriagante hálito allí y sintiendo como me envolvía hasta impregnarse y afianzarse en mis fosas nasales, creando un calor lacerante en mi garganta de repente reseca. Dios ¡Y solo era su aliento!
Sabía que lo estaba mirando ahora con una expresión de completo shock, pero lamentablemente para mí, aún no podía sentir mis músculos faciales como para cambiar aquello de mi rostro.
― ¿Te ha gustado la función muñeca? ¿Te ha gustado vernos mientras nos hacíamos uno? ¿O estás así porque no te invitamos en cuanto te sentimos? ―susurró Jake en mi otro oído causando toda aquella enervante cadena de sensaciones anteriores. Dios ¿Qué tenían ellos para tener este control nato sobre mí? Esperen ¿Ellos ya sabían que estaba aquí? ¿Sabían que los observaba?
―Mmm… Puedo olerte gatita. Puedo oler tu excitante aroma en el aire ―dijo Ed levantando la cabeza, olisqueando para luego trabar una penetrante mirada en la mía y decir―… Se me hace agua la boca.
―Mmm… Tengo sed ―murmuró luego Jake relamiéndose sugerentemente.
¡Oh, joder! ¡Dios, sí! Sí, por favor, sí.
Todo lo que había visto, sentido, olido; todo aquello que acababa de escuchar de sus húmedas y calientes bocas. TODO, simplemente… Arrg. Necesitaba liberarme, necesitaba sus grandes y fuertes manos, su suavidad y su rudeza; necesitaba sus bocas, calientes y lubricadas para mí. Necesitaba sus miembros, duros y enhiestos en mí, contra mí, sobre mí. Ahora. Ya.
En estos momentos en los que mi desequilibrado libido me cegaba ya no me importaba ser tan solo un simple complemento, un tercio en su relación; aunque aun no sabía si estar dolida o cabreada al no haber sido invitada antes.
― ¿Te gustó vernos tocándonos? ¿Te gustó ver como nos tomábamos y nos liberábamos? Imagino que estás condenadamente mojada, que tus jugos resbalan ahora mismo por tus cremosos muslos ¿No es verdad? ¿Te mojaste por no poder tocarnos? ¿Por no poder lamernos, apresarnos en tus tiernos y henchidos pliegues? ¿Sentiste celos gatita? ―mi mirada voló a sus ojos en cuanto dijo eso sin poder contenerme, y lo fulminé con ella.
Joder, tenía razón en todo, pero admitirlo era darles demasiado poder y mucho más control sobre mí –sí, aún más-, y todavía no había decidido nada con respecto a eso.
Después de la pasada noche, de tantas cosas reveladas; después de la visión de ellos ante mí de esa manera gloriosa; después de mis propios sentimientos, descubrimientos y replanteos… Necesitaba tiempo, tiempo para reconstruir algunas barreras que me resultaban necesarias para vivir, para respirar. Necesitaba volver a levantar algunos muros que ellos, con su bondad, con su cariño, con su simple presencia y terquedad habían logrado rajar, quitar. Destruir. Toda esa vulnerabilidad que sentí cuando me encontré sola y perdida aún estaba a flor de piel por los recuerdos frescos y latentes de la pasada noche. Recuerdos en los que nunca me permitía siquiera pensar y que ayer me habían desbordado con su precisión y magnitud. Recuerdos demasiado crudos y duros para mí.
Una caricia. Una caricia tan suave como el suspiro más leve en la mejilla fue lo que me devolvió al momento en el cual me hallaba. Una infinita ternura y, comprensión, en las miradas de ambos hombres delante de mí que casi me hace llorar. Hacía tanto tiempo que nadie me miraba así.
Me miraban sí, pero siempre con lujuria, deseo exclusivamente carnal, quizás hasta admiración con triunfo por la conquista fácil, con anhelo, con miedo, con angustia, con preocupación, con cariño, con dudas. Pacientes, amigos y amantes varios, sus miradas siempre variaban pero sin salirse de los mismos ámbitos, pero así, con simple ternura de la más pura e inocente… no. Hacía ya mucho, quizás demasiado tiempo que no.
Mi mente de verdad estaba muy mal. Mi madre siempre me decía que funcionaba mal, que nunca podría saber que era lo que pasaba de un segundo al otro en esta cabecita mía. Lo sabía.
El anhelo y el deseo no se habían ido de mi cuerpo, pero ahora eran acompañados por las malditas dudas, la tristeza, el dolor, el miedo. Dios, sentía que me estaba por desarmar ante ellos.
―Ven aquí hermosa ―dijo Ed acercándose más para tomarme gentilmente en sus fuertes y seguros brazos.
Me dejé hacer. Completamente indefensa y desarmada en estos momentos… y me aferré a él. Me aferré a su duro y tibio pecho, apoyando mi mejilla justo en el lugar en el que latía su desenfrenado corazón, colocando una de mis palmas allí para sentirlo real, casi como si lo pudiera tocar, poseer. Sentí el vaivén de sus movimientos en el viento que nos rodeaba al subir y sentí además una mano pasar insistente e incansable por sobre mis cabellos. Mis ojos se cerraron firmemente en respuesta ante aquel tacto. Jake.
El enterarme de lo mal que lo había pasado con aquella maldita perra de Vanessa hizo que una peligrosa ira me inundara en oleadas con cada palabra que salía de sus labios. Estaba completamente segura de que si la veía la haría trizas –como mínimo la atinaría un puñetazo bien dado-. Pero eso no importaba en verdad, lo realmente importante eran las secuelas y heridas profundas que dejó en él, el daño a su ego, a su creencia en el amor y fidelidad en el sexo opuesto. No soy idiota –no demasiado-. Como sexóloga con buena base en psicología y en terapia de parejas era plenamente consciente de que la relación con Ed había surgido como una especie de válvula de escape para ambos, una superación confusa a sus respectivos engaños y desamores. Sin embargo, era evidente que por más confusos y/o erróneo que fueran sus pensamientos  al principio, ellos obviamente habían desarrollado el amor y la pasión entre sí, descubriendo y redescubriendo partes de sí mismos en el proceso y a la vez –casi inconscientemente-, resguardándose de aquello que los había dañado. Sobre todo a Jake –mi pobre lobo solitario, pensé para mí.
Sin duda alguna debía de reconocer el enorme paso que habían dado ambos al dejarme entrar en sus vidas. Ahora podía entender más algunas de sus posturas anteriores, a veces contradictorias. Sobre todo, teniendo en cuenta lo jodidamente complicada que había resultado ser ésta.
Mi culo prácticamente desnudo tocó sin reparos la fría tela debajo de mí. Di un respingo ante ello, apretando sin querer más fuerte el cuello al cual me aferraba hasta ahora.
―Shh, tranquila pequeña ―susurró Ed contra mí mientras me dejaba sobre la mitad de la cama, separándose solo lo absolutamente necesario y acomodándose inmediatamente a mi lado.
Un movimiento a mi otro lado desvió momentáneamente mi atención, y supe que era mi lobo quien se movía para acoplarse a mí. Un extraño sentimiento de paz me envolvió al estar así, allí entre ellos. Segura.
― ¿Estás bien preciosa? ―murmuró Jacob anclando un pesado brazo bajo mis pechos, acercándose hasta que su calor me inundó sin pausa. Asentí.
― ¿Qué va mal? ―preguntó Ed con voz ligeramente ahogada, preocupada. No me gustaba para nada oírlo hablar así. Fruncí el ceño.
―Nada ―uggh. Mi tono de voz sonó pésima. Ronca, grave, hueca.
―Isabella ―dijo entonces en un tono de clara advertencia. Me aclaré la garganta.
―En verdad, no es nada ―suspiré―.Es solo, todo aquello que recordé ayer fue, demasiado… No suelo permitirme pensar en ello y por eso a veces las pesadillas son tan crudas. Solo es eso ―dije apenada bajando con cada palabra un poco más mi tono de voz.
En cuanto aquellas palabras abandonaron mis labios fui directamente arrancada de Edward para terminar en un fuerte abrazo de Jake. Me sentí tan pequeña a su lado. Su calor, su abrazo, su fuerza, todo en él me hacía sentir protegida.
― ¿Quieres olvidar? ―dijo con un tono ronco contra mi oído― ¿Quieres que te hagamos olvidar todo por un rato Bella? ―insistió, pero no esperó respuesta. No hacía falta, yo misma podía ver como cada poro de mí exudaba deseo y anhelo.
Sus labios estallaron con fuerza contra los míos y su húmeda y caliente lengua se introducía en mí un mísero segundo después.
Y yo, yo tan solo dejé salir mi instinto, mi ciega necesidad, mi lujuria ilimitada, mi deseo carnal de él para responderle y sobrepasar cada toque que él comenzaba a darme. Sí.
La temperatura subió como la lava en erupción en aquella habitación. Sin embargo, algo casi me helada.
Un movimiento detrás de mí desvió un poco de mi atención, mas en realidad fue para todo lo contrario a lo que yo esperaba.
Edward quitó la mano de mi cadera que era en donde había estado hasta ahora y se estiró para salirse de la cama. Ante esto un escalofrío para nada placentero me recorrió la espalda, Jake lo notó así que me miró más allá de mí y lo vio.
Edward se había prendido un cigarro –a saber de donde lo había sacado-, esperen ¿Fumaba? Sexy –pensé medio ida y nublada de lujuria y necesidad-. Lo vimos recostarse contra el borde de la cómoda/escritorio que había al lado de la puerta del baño, a mis espaldas.
Lo miré atónita; atontada, excitada ¿Qué…?
―Sigan ―dijo, mas bien ordenó con una voz increíblemente ronca, oscura, gutural―. Quiero mirar.
Un gemido lastimero escapó de mis labios. Mierda. Esto me excitaba, mucho. Sabía de primera mano lo caliente que era mirar pero, hacerlo sabiendo que ese adonis nos miraba entre las penumbras, con tan solo la luz del cigarro y de los rayos de la luz de la luna que se colaban por detrás de él por entre los espacios de las cortinas metálicas. Todo aquello era… solo… JODER.
Joder, joder, joder… No tengo palabras.
Me retorcí inquieta y como consecuencia Jake gruñó en mi oído cuando mi cadera apretó contra la punta redondeada y ya hermosamente lubricada de su dura erección.
―Muñeca…
― ¿Mmm? ―gemí en pregunta, respuesta.
― ¿Estás lista para dar el mejor show de tu vida? ―me preguntó él roncamente entonces. Yo decidí jugar.
―NO.
― ¿No? ―preguntó extrañado y por el rabillo de mi ojo derecho vi como Edward comenzaba a removerse de su lugar.
―No. Puesto que espero que esta sea la primera función de muchas… Y me esforzaré en superarme en cada una ―ronroneé en tono bajo pero lo suficiente alto como para que ambos escucharan.
Un gemido, gruñido en sentido estéreo inundó la habitación un segundo antes de que yo tomara impulso y saltara sobre el regazo de aquel moreno que iba a comenzar a devorar en cualquier momento. Me encontraba en un alto grado de excitación que mezclada con tanta adrenalina por todos los sucesos de estos últimos días estaban creando una bomba de tiempo en mí y mis necesidades.
Mi pequeña, casi inexistente braga de estilo cola-less, no era obviamente impedimento alguno para que no sintiera su erguido mástil contra mi muy húmedo y hambriento sexo. No quería nada suave, no quería adornos ni preliminares. Estaba muy caliente y quería saciarme; YA.
Una vez bien centrada en el regazo de mi lobo ataqué su boca a tal punto que cuando al fin lo solté él estaba jadeando en busca de aire para llenar sus ahora colapsados pulmones. Yo no necesitaba aire, no en este estado febril. Mi cadera se mecía sobre él, acunando su sexo palpitante en mi calor y humedad, y no lo soporté más.
Tomando los bordes de la camiseta que llevaba la aventé por sobre mi cabeza hacia atrás dejando mis pechos a disposición, saltando libres ante la intensidad de mis movimientos, bailando al compás de la danza que pronto comenzaría. Las manos que hasta ese entonces estaban apretando firmemente mis caderas para intensificar el roce, volaron con ganas a mis henchidos y necesitados senos. Él los tocó, primero tanteando hasta que con un gemido de frustración de mi parte los apretó hasta doler y, ahora sí, solté un largo quejido de oscuro placer. Jacob tomó toda su extensión y los amasó y apretó hasta que la irrigación de sangre en las cimas fue casi rayana en el dolor y solo ahí, una vez en ese punto, fue que finalmente tomó uno de mis pezones en sus labios, mordisqueándolo, y el otro entre sus dedos, apretando con un dulce tormento. Las oleadas de placer viajaron directamente a mi centro y ocasionaron un creciente nudo, muy reconocido, en mi bajo vientre.
Él se había levemente erguido para ello, quedando semisentado. Perfecto.
Con un profundo pesar, alejé sus manos de mis pechos. Vi su mirada interrogante recorrerme y yo tan solo le sonreí engreídamente, moviendo sus manos con lentitud hacia mis caderas, hacia mis lados… Más precisamente hacia las tiras de mi muy molesta tanga.
―Rómpelas ―ordené con voz grave, urgida.
Jacob me miró, primero con asombro y luego con completa lujuria en su mirada.
Lentamente tomó ambos lados y con un tirón certero, lo hizo. El sonido de la pequeña tela rasgándose inundó cada centímetro del lugar. Y yo me sentí libre.
Sin perder un segundo más de tiempo tomé con fuerza y seguridad su duro falo, y lo introduje en mí con una estocada certera que lo dejó encajado hasta los mismísimos límites de mi matriz. Ambos gemimos fuertemente ante la inmensa sensación de plenitud y calor que nos embargó. Pude sentir mis paredes ensancharse de golpe y como eran llenadas totalmente por él.
Jake seguía con el torso medio erguido así que tiré de él para besarlo intensamente. Devoré cada rincón de su boca, de su lengua. Mordí, besé y lamí cada milímetro de su lengua y labios. Básicamente me cogí su hermosa y batalladora boca. Y, mientras esto pasaba, los movimientos de mi cadera y cintura eran tortuosamente lentos y rítmicos, haciendo pequeños círculos sobre él, nada de la ferocidad que consumía nuestras caras. Él comenzó a impacientarse y a mover sus caderas con más velocidad y fue entonces cuando la tormenta comenzó.
Como dije, él se encontraba casi sentado por completo y yo me encontraba en su regazo, lista para cabalgarlo cual potro salvaje.
Sin mediar palabra arqueé mi espalda en un arco hacia atrás, sintiendo como mi pelo ahora suelto, salvaje y enredado, caía en cascada sobre sus piernas. Me removí hasta encontrar el punto justo en el que ambos sacábamos el máximo a nuestros cuerpos, a nuestra unión. Sí, perfecto. Mis caderas comenzaron a adquirir la velocidad por la que él clamaba, arriba y adelante, abajo y atrás, justo hasta conseguir que su miembro trabara suavemente con cérvix en cada embestida; provocando que ambos jadeáramos o gruñéramos con cada una de ellas. El ritmo se volvió ya frenético y para este punto yo ya estaba saltando desaforadamente sobre él mientras él enterraba uno de mis pechos hasta la campanilla de su garganta. Literalmente me lo estaba devorando de una manera exquisita.
―Mmm… Parece que ambos estaban hambrientos ―se escuchó por detrás de mí en una voz tan baja como grave.
―No tiene-nes i-de-aaaaaaa ―dije para terminar gritando cuando Jake mordió dolorosamente mi pezón.
Enderecé mi torso para poder tomar sus labios en los míos, mordiendo todo lo que estaba a mi paso pero me di cuenta que entonces la penetración perdía profundidad. Ok, eso no lo iba a permitir; yo quería cada minúsculo milímetro de él dentro de mí. Solté su boca y, con un poco de dificultad giré mis pantorrillas para que en lugar de estar debajo de mí pudieran pasar libremente por su cadera, abrazándolo como una boa. Siiiii, el paraíso. Crucé mis piernas por detrás de él y enterré sin pudor mis talones en sus fornidos glúteos mientras con un prolongado gemido tomaba su cuello para morderlo con fuerza. Lo iba a marcar, quería marcarlo.
―Oh… Muñeca… Joder, mierda, yo… Arrg ―decía Jacob.
―Déjense llevar… quiero verlos acabar, juntos… ―dijo aquella voz que destilaba sexo en cada tono.
―Muñeca, ahora sí, a lo bueno… ―susurró contra mí. Oh –sí, esa genialidad fue lo único que pude pensar.
Una de sus manos me tomó de mi cintura y la otra mi cuello mientras ejercía fuerza en su cuerpo para impulsarse hacia adelante, dejándome caer lentamente con mi espalda sobre el colchón. Mieerrda. Sus embistes eran cada vez a mayor velocidad y profundidad. Lo sentía enterrado hasta lo más hondo de mis entrañas, y carajo, me encantaba. Mi centro estaba tan lubricado que me sentía húmeda hasta en los muslos, el sudor regaba totalmente nuestros cuerpos, creando que nuestros movimientos fueran completamente fluidos y resbalosos. Finalmente, cuando ya creí que no podría más por la arritmia que sentía en mi corazón, él levantó mis piernas hasta que mis talones quedaron a la altura de sus orejas. JODER, MIERDA, CARAJO, OH; SIIIII…
Mi orgasmo me golpeó con una fuerza arrolladora, latiendo desde el mismo centro de mi matriz y volando con rapidez por cada vena, arteria, músculo y carne de mi cuerpo, bombeando deliciosamente cada una de mis terminaciones. Luces cegadoras se dispersaron por detrás de mis párpados cerrados.
―Oh, sí. Joder. Oh, síííííí… ―gritó él justo cuando comenzaba a sentir como pulsaba en mí descargando su semilla mientras los últimos rescoldos de los míos lo apretaban y, ¡Oh! Que maravilla, mis músculos volvieron a latir entorno a él, ordeñándolo con fuerza.
Y sí, podrían decir que quedé agotada… pero cuando de repente abrí los ojos ante el sorpresivo apretón que dio Edward en mi muy sensible pezón… Mi cuerpo reaccionó… Otra vez. JODER.
―Hermosos, realmente hermosos… espero que hayan disfrutado el precalentamiento ―gemí―, pero ahora quiero jugar… ―dijo sonriendo de manera siniestra mientras Jacob boqueaba por aire debajo de mí y yo jadeaba por lo pasado, por lo que aún sentía; por lo que venía. ¿Ya dije MIERDA? ¿NO? Ok, MIEEERDA.
Segundo round.
.
.
Luego de aquello tremenda cabalgata y de su consecuente segunda ronda era plena y desafortunadamente consciente de cada músculo resentido de mi desmadejado cuerpo ¡Mieeeerda! Sí, me duele cada puto rincón, cóncavo y convexo de mi cuerpo pero ¡Hey! ¡No me estoy quejando! Un suspiro de clara satisfacción se me escapó ante el mero recuerdo de tanta fogosidad. Mmm… Creo que está demás decir que cada poro de mí reaccionó con su habitual facilidad a pesar de las molestias. Argg.
Me encontraba en el medio, de cara hacia Edward, totalmente apretada entre ambos desde la punta de mis cabellos hasta las rodillas. El brazo de Ed pasaba por mi cintura y se posaba posesivamente sobre la cadera –casi glúteo- de Jake; mientras que el de Jacob pasaba por debajo de mis pechos para terminar a plena palma abierta justo donde el vello pectoral de Edward. Dios, era casi desconcertante ver tan inmensas demostraciones de afecto, de amor. Volví a suspirar mientras apoyaba mi mejilla sobre la mano de Jacob y abrazaba más fuerte la cintura de Ed. Sí, éramos un completo enredo de extremidades, pero me encantaba. Pocas, casi nulas, eran las veces en las que me quedaba cómodamente a dormir toda la noche con algunos de mis amantes. Mis huidas a media noche o más bien casi al alba eran lo mejor para mí. Hasta ahora. Esta sensación de –meneé la cabeza-, ni siquiera sabría como describirlo. Decir que estaba a gusto, tranquila, cómoda y en paz era sencillamente poco. En verdad podría acostumbrarme a esto pero ¿Debería?
Comencé a ver como las primeras claridades del alba alumbraban el cielo, y respiré hondo, preparándome para enfrentar un nuevo día. Ciertamente me quedé en shock cuando me dijeron que –hice una mueca- “suegro” había venido a revisarme. Mierda ¿Qué habrá pensado de mí? ¿Y de ellos? ¿Le habrán dicho la verdad? Esperen ¿Quiero yo que digan la verdad de nuestra relación? Digo ¿Ahora? Mmm, creo que como recién comenzamos –y al margen de que no sea un inicio demasiado común-, deberíamos de esperar un tiempo ¿No? No lo sé, no sé jodidamente nada, y eso me saca de quicio ¡Puta madre! Hoy voy a tener que hablarlo –pensé enfadada y resignada mientras resoplaba.
―Demasiada intensidad para esta hora gatita ―dijo Ed por encima de mi cabeza con voz adormilada. Rodé los ojos.
―Sí, solo recordaba algunas, cosas ―respondí sin pensar. UPS.
Una risa ronca y profunda resonó en el ambiente mientras mi espalda se estremecía por los espasmos que lo acompañaban. Ok, todos estábamos despiertos. Y había cosas y tiempo para aclararlas.


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