23 de enero de 2012

Una historia cantada... Capítulo 3

Revenge is Sweater

Disclaimer: Los personajes pertenecen a S. Meyer y la historia es de mi autoría. Cada capítulo basado en un tema del grupo The Veronicas



Viernes.
Charlie se apiadó de mí y me dejó faltar al instituto. Creo que la cara de muerta de la mañana y el hecho de haber escuchado mis llantos durante toda la noche fue lo que ayudó a esa sabia decisión. Que bueno. Hoy no me sentía con fuerzas para enfrentar el drama adolescente llamado ‘escuela’.
Disfrute –si es que así puede decírsele- de un calmado día en silencio. Más que nada disfruté de la tranquilidad de después de tanta sobre emoción ayer.
Oh, por cierto… Estoy castigada y… Puede que suene raro pero, el momento del castigo fue algo muy cómico en realidad.

*Flashback*
―¿Sabes que estás castigada verdad?― asentí esperando escuchar mi sentencia― Bien, tienes que hacer todos los quehaceres de la casa― ¿Eh? ¿Me estaba cargando?
―Mmm… Este… ¿Charlie?... No es que quiera decir algo para ganar más castigo pero… Yo ‘ya’ hago todos los quehaceres de la casa.
Charlie me miró como desconcertado durante unos cuantos segundos. Pobre.
―Oh, sí, este… ―reitero, pobre. Se veía perdido en este tema.
Lo más probable es que se debiera a que nunca se había visto obligado a castigarme ni nada similar. Nunca había sido necesario, así que al parecer ambos estábamos estrenando facetas.
―Bueno… Entonces, además de eso… Ahí está, además de eso no saldrás de casa por dos semanas― suspiré.
―De acuerdo ―dije simplemente para cortarla allí.
*Fin del flashback*

¿A ver? ¿A dónde carajo pensaba Charlie que me iría? Con el único con quien solía salir antes era con Emmet o con las chicas, y ahora… Ahora obviamente ni uno ni el otro.
Las chicas… Rose era una puta traidora, y Alice… Alice los cubría, de eso estoy completamente segura. Tantas veces yo llamando a Emmet, sobre todo en las noches, y luego ella salvándole el pellejo, a ellos… A ambos.
¡Qué idiota fui! ¡Qué estúpida me siento!
Pero… ¡Hey! ¿Quién se iba a imaginar que todos apoyarían a que me metieran los cuernos? O sea, Jasper de seguro sabía ya que Rose era su hermana y Emmet su mejor amigo. Si Alice sabía con ese instinto sobrenatural suyo para saber todo de antemano, por ende, Jasper ya fuera por verlos o porque Alice le dijera  era seguro que sabía. Y eso me dejaba tan solo en Edward… Edward, no, él no sabía. Sino me lo hubiera dicho.
Era raro que no tuviera ni la más mínima duda en ello, pero así era, y en un momento de tan alta desconfianza hasta de mi sombra era bueno saber que al menos podía apoyarme en alguien. Seee, por lo menos podía confiar en alguien ¿No? Debía de mirar el vaso medio lleno de esto o me iría a ahogar al primer brote de agua que encontrase.
Arrg –pensé tirándome en la cama como una bolsa de papas viejas- ¡Qué asco de vida!
Seguramente hoy el rumor había corrido como la pólvora y era obvio que más de un 70% apoyaría la decisión de ‘cambio’.
¡Mierda! Hasta yo apoyaría  y apostaría a ello sino fuera porque yo era la estúpida cornuda.
O sea ¡Mírenme! Y luego ¡Mírenla!
Yo no le llegaba ni a la basura pegada en la suela de sus costosos zapatos. Yo, una rata de biblioteca, blanca como la nieve. La boba que se sonrojaba por nada, la “común”. Y sí, con mi cabello marrón opaco y ojos cafés nada especial; con una figura bastante plana todavía y siempre patosa como nadie que haya conocido ¿Cómo podría competir con ella?
Ella. Ella que era una Barbie malibú todo el jodido año. Una rubia de ojos celestes y rulos tan perfectos que parecían siempre salidos de peluquería, curvas de stripper y porte de modelo ¡Y no sólo era lo físico ¡Nooo! Además de su impresionante físico era la capitana de porristas, siempre con lo último de la moda y con una inteligencia que desafiaba aquel dicho de rubia tonta o hueca.
No. No había ni en un mísero punto de comparación. Y yo lo sabía. Sí, lo sabía. Pero no por eso dolía menos. ¡Joder dolía mucho!
Yo, estúpidamente llegué  a quererlo demasiado. No estaba segura de si lo amaba ¿Cómo saberlo? El amor real no es para nada parecido a lo que le venden a uno en las estúpidas novelas y películas ¿No? Entonces ¿Cómo darme cuenta de cuan profundos eran mis sentimientos hacia él? ¿Acaso había un manual? ¿Un tiempo determinado? No. No había nada por lo cual guiarse más que por lo que uno creía sentir. Si esto es el amor, APESTA. 
Sí, el amor apesta ¿Y? Saberlo no lo hace mejor, no lo hace para nada más llevadero. Saberlo no resuelve nada.

El sonido de vibración de mi celular me sacó de mi patético monólogo introspectivo.
― ¿Diga? ―atendí sin mirar. Mala jugada.
― ¿Bella? ―¡Ay NO!
― ¿Qué quieres? ―¿Por qué no corto, por qué no corto, por qué no corto?
―Bueno… Mmm… Primero que nada quería disculparme y… Mira ¿Podríamos hablar? Cara a cara quiero decir. Sé que no has venido a clases ¿Puedo ir ahora a tu casa para que hblemos tranquilamente? ―dijo él de manera un tanto atropellada.
No respondí ¿Qué podía decir? O, mejor aún ¿Qué rayos se supone que debía decir? Arrg.
―Voy para allá ―dijo con un tono extraño en la voz. Luego colgó.
Me quedé petrificada. Sí, no ¡No sabía que carajos hacer!
No pude reaccionar. Tan solo me quedé allí, tendida. No supe cuanto pasó, pero sé que fueron unos cuantos minutos ya que luego de ello entré en un histérico estado de frenesí.
Corrí al baño y me miré al espejo.
¡Por Dios!
Lo que menos necesita una chica cuando va a hablar con su ex sobre del porqué te dejó por una Barbie es verte como un jodido zombie salido directamente de una mala película de terror.
Corrí a mi habitación golpeándome el pie con la puerta en el camino ¿Qué raro no? Una pequeña y clara demostración más de lo idiota que soy. Me sobé el pie con bronca tratando de que el dolor se fuera lo más pronto posible. Era casi seguro que mañana estaría negro.
Miré mi placard y encontré aquella camisa entallada de brodery blanca que a él tanto le gustaba, o solía gustar al menos, ya no sabía. Tomé un jean azul claro, apretado y desgastado –obviamente regalo de Alice y no compra mía- y me até el pelo con un broche en una media coleta.
Estaba colocándome la segunda alpargata blanca en el pie todavía dolorido cuando sentí el celular y el timbre sonar al mismo tiempo. Tomé el celular y grité un “vooooy” mientras abría el aparato esperando ver un mensaje de él diciendo un “ya llegué” o “estoy en la puerta” como solía ser lo habitual.
No fue así.
Era un mensaje de Ed preguntándome como estaba y si quería que viniera.
Justo.
El timbre volvió a sonar mientras yo volvía a gritar más furiosamente esta vez, tecleando rápidamente una respuesta de manera casi atropellada.
― ¡Ya voooy!
“Estoy bien =) Emmet acaba de llegar para hablar. Hablamos luego. TK. B.”, enviar. Listo.
Corrí escaleras abajo sintiendo como mi corazón todavía no se decidía, por latir desenfrenadamente casi al punto de que  terminara por provocarme una embolia, o por detenerse de golpe como si me fuera a dar un paro.
Ok. Ninguna de las dos eran buenas opciones ya que, o me quedaba seca o me quedaba jodida.  Así que antes de abrir la puerta me detuve con aún la mano en el picaporte respirando varias veces de manera profunda, intentando auto calmarme. El celular en mi mano vibró pero tan solo lo abrí y cerré ignorándolo por ahora. Ya luego podría verlo.
Tenía que recordar algo, mantener algo bien en claro.
Esta era una visita del hijo de puta que me cuerneó con una de mis, entonces, mejores amigas.
Ok –me dije- Bella, tú puedes con esto. Tan solo… Aguanta.
Abrí la puerta de golpe y… y nada. Quiero decir, no había nadie allí.
―¿Emmet? ―pregunté al aire mirando para ambos lados ¡Oh! ¿Se estaba yendo?― ¡Emmet! ―grité.
Lo vi irse con los hombros encorvados hacia delante, a pie.
Él se giró y me miró, casi como si no lo pudiera creer ¿Qué rayos? Esbozó una sonrisa que juro amenazaba con terminar rompiéndole la cara y regresó velozmente sobre sus anteriores pasos… Hacia mí ¿Por qué putas sigue sonriendo? –me pregunté-. Y casi como si me hubiera escuchado, su sonrisa se iba borrando cada vez más a medida que se acercaba, de manera casi gradual hasta quedar casi inexpresivo delante de mí.
La venganza había sido lo más dulce que había probado en mi corta y aburrida vida. La “venganza” se había sentido obviamente mucho mejor que toda la farsa que había estado viviendo. La venganza… Ahora se me venía en contra en muchos sentidos. Así lo sentí al menos, ahí delante de él.
Qué bueno que lo disfruté –pensé para mí-, porque ya acabó y ahora debía enfrentar las consecuencias de mis actos… Así como él los suyos.
¿O no?

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