El tiempo pasó y mientras ellos se sintieran seguros de la
presencia del otro todo parecía estar bien… Hasta que finalmente la
problemática adolescencia llegó y con ella los cambios no se hicieron esperar.
Los diez y los trece fueron el comienzo de arduas batallas.
Edward fue el primero. De pronto la presencia de su siempre
ansiada y amada hermana lo ponía nervioso, al punto de sacarlo de quicio. Las
peleas a la orden del día y como regla el dolor posterior al saberse incapaces
de estar separados. Preguntas de la niña que por primera vez quedaban sin
respuesta. Miradas que ella sentía hasta lo más hondo de su ser pero que a la
vez temía sin saber explicar el porqué.
Tiempo.
Tiempos de cambios.
De luchas.
De dudas.
De inseguridades.
De confusión.
De dolor.
Y sobre todo… de soledad compartida. Soledad no dicha.
Soledad sentida.
Tiempo de miedo.
La comprensión de su unión aun escapaba a sus sentidos. Esa
latente necesidad del otro era cada vez mayor, abrumándolos. Una necesidad que mutaba
pero que ninguno entendía qué era lo que pedía. Una que los estaba volviendo
locos, que los carcomía. Una que no podían saciar y que temían.
Edward con ya catorce y Bella con once por primera vez desde
que se conocían se hallaban perdidos en la presencia del otro.
Amigos comenzaron a ocupar las interminables horas que antes
compartían religiosamente. Salidas separadas comenzaron a ser dispares. Cada
minuto separados era físicamente doloroso y cada minuto juntos era un cúmulo
insoportable de dudas y confusión.
En aquellos momentos, si había algo en lo que estuvieran de
acuerdo, era que ante aquello… era preferible el dolor. Y vaya que dolía.
.
.
El dolor después de un tiempo fue cada vez más soportable,
algo ya conocido con lo que convivir, pero aun no cesante.
Hablar estaba descartado.
¿Qué decir?
Ya una vez lo habían intentado y las palabras reflejaban sus
confusiones, sus malestares. Ellos simplemente habían llegado a la conclusión
de que por fin su diferencia de edades estaba haciendo un gran agujero en su
relación y que solo se darían espacio.
Y una mierda.
Dolía como el carajo el saber que su presencia era tan
banalmente reemplazada en la vida del otro, y era incomprensible que lo
contrario fuera aun peor. Sí, la incomprensión de hechos estaba a la orden del
día.
Y sí, el tiempo pasó inexorable, inapelable… Y otro gran
cambio llegó.
La pequeña que ya no lo era. El chico que ya no existía.
Más de un año pasó y finalmente el cumpleaños tan ansiado
para él llegó.
Él y sus dieciséis… ella a meses de sus inocentes trece. Un
abismo eterno en este punto.
Uno ansiando y casi saboreando libertad, independencia,
fiestas… mundos anhelados y desconocidos, mundos prohibidos hasta ahora se
presentaban a puertas abiertas ante él. Otro abriéndose camino entre la
incertidumbre del cambio, la metamorfosis de la vida haciendo mella en su ser,
en su forma de ver, de pensar… de sentir.
Edward odiaba el estar tan plenamente consciente de como su
hermana había cambiado ante sus ojos a través de los años. No lo había notado
en sus compañeras y compañeros, pero sí en su hermanita, aquella a la que se veía forzado a evitar por algo
que no entendía que era pero que le resultaba imposible evitar. Ella ya no
tenía las mejillas redondeadas y los labios tan llenos. El cuerpo ahora esbelto
y curvilíneo era cada vez más proporcional. Sus manitas y brazos ya no eran
cortos y rechonchitos; y lo mismo ocurría con sus pies y piernas. Su cabello
había crecido y se había tornado de un brillante tono chocolate pero con
reflejos casi caoba a la luz del sol; en él ya no había dos coletas con
muñequitas ni vinchas de flores ni de brillantes colores. No, ahora ella lo
llevaba suelto y ondeante al viento o sujeto en una coleta simple y alta
mientras mechones rebeldes enmarcaban su ahora afinado y casi siempre sonrosado
rostro de marfil. Sus pómulos ahora eran pronunciados pero delicados bajando
con sutileza hacia las comisuras de sus labios que ahora se habían alargado y
curvado tomando un color coral natural que los hacía ver sumamente tentadores.
Sus ojos, aquellos ojos que siempre le habían mostrado miles de mundos de
ensueños, miles de diversos dolores, miles de secretos compartidos ahora
estaban más cautos, más cerrados a él. Velados por una capa de inseguridad y
desconfianza que él nunca había presenciado cuando lo miraba. Y aquello le
dolía, le molestaba pero ¿Por qué? Y no solo se preguntaba por qué esa mirada
hacia él sino también el porqué de sus sentimientos, el porqué de su intensidad.
El tiro de gracia.
Exacto. El tiro de gracia fue cuando por error se enteró de
como realmente había cambiado su hermana. Su hermanita, aquella pequeña a la que
había protegido de todo y todos, aquella que amaba con locura infinita y a la
que siempre juró proteger… aquella niña que le robó sus ojos en cuanto la vio…
ya no era una niña. Isabella Cullen ahora era una muy hermosa señorita. Una
señorita que hablaba con su amiga de los niños que les gustaban, una que reía
cuando su amiga le decía que tenía que, ahora que era señorita, podía dar su
primer beso. Una que se sonrojaba cuando lo miraba en los escasos momentos en
los que se cruzaban.
Una señorita que lo estaba volviendo loco.
Sí. Finalmente aquel hermano devoto había dejado caer la
venda. Finalmente reconoció la respuesta de su cuerpo a la presencia de su
hermana. Finalmente se reconoció después de tanto tiempo… y se odió. Porque sí,
lo aceptaba, se resignaba. Finalmente Edward Cullen debía reconocer que él
deseaba a su hermana, y no precisamente de una manera familiar o fraternal. No.
Él la deseaba como SU niña. Su ahora señorita. Simplemente como suya.
Los pensamientos que siempre había negado antes de que se
comenzaran a formar invadieron su mente mientras aun escuchaba de fondo las
risitas en la habitación de al lado.
Él quería abrazarla.
Acariciarla.
Él quería consolarla.
Reír y llorar junto a ella.
Quería besar sus lágrimas y probar su risa.
…Él quería besarla… A toda ella.
Sí, sí, sí, sí, resonaba en su mente.
Así de loco como sonaba para cualquiera –incluso para él
mismo-, no podía negar ese pensamiento, esa necesidad.
Sí, él, Edward Cullen, su hermano de casi toda la vida
quería probar esos labios. Él quería probar aquella tierna carne llena y coral,
esos labios que lo tentaban a lo prohibido. Esos que le prometían el paraíso.
Esos que desde hacía tiempo solía evitar mirar por las extrañas sensaciones que
lo embargaban. Ahora entendía. Su cuerpo, su cuerpo traidor reaccionaba a
ellos. Y su mente –suspiró con pesar-, su mente por fin le había hecho ver de
que forma en realidad quería a su pequeña hermanita.
Asco.
Deseo.
Odio.
Anhelo.
Repulsión.
Tentación.
Dolor.
Lujuria.
Frustración…
Todos aquellos sentimientos lo embargaban a cada momento
desde que su mente y sistema se rindieron a la cruda y cruel verdad de sí
mismo. Él deseaba la fruta prohibida. Él era un monstruo. Pero por lo más
sagrado –que irónicamente era ella- que él se combatiría a si mismo antes de
degradarla con su asco y perversión.
¡Por Dios! Estaba enfermo –pensó un tanto histérico aquella
primera noche en que sus sentimientos fueron al fin develados-. Sí, enfermo, y
su enfermedad y cura estaban a tan solo unos pasos de él. A tan solo una pared
de distancia. A tan solo un llamado de sí.
Odio.
Un odio profundo y lacerante emanaba de él hacia sí mismo.
Una bomba de tiempo que hacía tic tac
en su interior y que sabía que no iba a durar demasiado antes de no poder
contenerla. Haría el esfuerzo sí, pero aún con todas sus fuerzas y ganas dudaba
en ganar la partida. Porque, en realidad -y con crudeza puramente dicha-… Su
pérdida de control sería en realidad su triunfo. Un triunfo que a la vez le
traería dolor, mucho dolor.
Ahora, ante la claridad de su horrorosa verdad él comenzó a
entender todo. Entendió aquel sentimiento que lo embargaba cuando de niños la
veía a ella alejarse para jugar con sus amigos cuando iban a la casa. Aquel
sentimiento que siempre lo dejaba enojado y algo triste cuando la veía ser
consolada por aquel pequeño chico indígena
cuando tras algún juego ella se lastimaba como era habitual.
Celos.
Celos enfermizos y traumáticos.
Celos de una posesión
inexorable para él.
Celos, celos, celos. Sentimiento que le dejaba un regusto
amargo y un dolor en el pecho. Celos tontos ¿por qué? ¿Por qué ella? ¿Por qué
no aquella niña tonta que estaba colada desde hacía años por él en la escuela?
¿Por qué no alguna vecinita? ¿Por qué no siquiera una chica con novio? Al menos él podría luchar con eso –se
dijo completamente abatido por el sentimiento de derrota que lo había inundado
de pronto… ¿Por qué?
Ella.
Su hermana.
La niña de coletas tontas que lo seguía
por todos lados.
La niña que le escondía los útiles para que él no fuera a la
escuela y no la dejara.
La niña que venía a él cada noche para ahuyentar a sus
monstruos y miedos.
Aquella niña que ya no existía, porque esa era la cruel
verdad para él, aquella niña de peluches y crayolas ya no existía y ahora, ante
él -un pobre joven hormonal más-, ella se erguía orgullosa con aquella
figurilla en proceso de cambio y desarrollo; anunciándole a gritos en la
hermosa criatura que se habría de convertir, y él… Él no podía luchar con ello
porque se mire por donde se mire, se juzgue como se juzgue… Ella era, es y
sería para siempre, SU HERMANA.
Esos días de aceptación tácita de un hecho y un castigo
fueron los más largos y eternos de su corta existencia.
Miserablemente trató con esfuerzo de acercarse a ella y
volver a aquellos tiempos en que tan solo la veía como una preciosa niña que
debía cuidar, a su hermanita a la que siempre iba a ayudar.
No, tan solo dos días y fue demasiado.
El estar con ella y
con su lucha interna era algo agotador, algo que lo dejaba tenso y dolido, algo
muy superior a él porque el deseo casi irrefrenable de acercar su mano y acunar
su barbilla para mirarla fijamente era demasiado turbador. Porque las ganas
casi cegadoras de abrazarla y sentir esas incipientes curvas contra él eran
enormes. Porque el deseo lujurioso de acercarse en un momento de descuido –o de
equivocada confianza por parte de ella sería mejor decir- a tomar aquellos
calientes e incitantes labios con los suyos le nublaban el juicio hasta el
punto de que más de una vez se había visto en la penosa situación de huir tras
haber notado como el movimiento irrefrenable de su cuerpo comenzaba.
Ya lo sabes, me encanta la historia, y me hubiera gustado un capítulo más largo, pero que se le va a haces, espero que puedas actualizar pronto! un beso!!
ResponderEliminaresta historia es cautivante, me encanto.
ResponderEliminarGrande Guadi!!! me gusta como se esta desenvolviendo la historia y me gusta como se esta manejando en tercera persona.
ResponderEliminarEspero que puedas subir pronto el otro cap y nos avises.
Apapachos desde Colombia =D
Hola me encanta la historia pero me da tristeza por lo que esta pasando edward no debe ser nada facil primero descubrir lo que siente y luego no poder hablarlo con nadie me gustaria saber lo que piensa bella ojala no haga sufrir mucho a edward en espera del siguiente capi
ResponderEliminarsaludos y abrazos desde México
woooooow!!!!!!!!! cada vez me enamoro de este fics :) pobre Edward qué va a pasar con Bella??!! :O pobres :( esto no puede llegar a realizarse (sin decepcionar) a las personas que aman??? Jacob esta enamorado de Bella??? Edward se refugiara en otras mujeres ¬¬??!! jajajajaja tantas preguntas!!!
ResponderEliminarSuerte con la inspiración!!!!
Rocío Gómez
Ya me temo que hay que ir preparándose para lo peor... uffff a sufrir!!!
ResponderEliminarmARGA
me encantaaaaa la trama de como va desarrollandose todo es genial.gracias cariño por compartirla con nosotros...Besos..
ResponderEliminarnena sin mentira alguna me gusta mucho tu manera de relatar la historia, de verdad que te felicito ppor ese gran don... con respecto a la historia pues simplemente GENIAL pobre edward tener que enfrentarse a todo eso recien empezando su vida, como dicen, pero como tambien dicen por alli en el corazon no se manda y lamentablemente uno no elije de quien enamorarse, creo que por eso este tipo de historia (referente a incesto) no me las tomo a mal, sino mas bien como algo interesante de leer y llegar a imaginar y hasta ponerse en los zapatos y tratar de entender a cualquier persona que le pueda pasar y como posiblemente se sienten al atravesar por tan largo camino... saludos :)
ResponderEliminarOMG! Me encanta este Fic, pobre Edward,:( sufre demasiado, me encanta esta historia y eso que solo va comensando:) tambien me gusta tu manera de escribir, se nota el esoero y la dedicacion que que le pones al relatar los sentimientos:D bueno espero que sigas actualizando esta historia.
ResponderEliminarBesos...
Wow me encanto el capitulo!!!! Espero que subas capitulo pronto :D
ResponderEliminarme encanto!!! la encontré en ff y no pude resistirme a leer los 2 capítulos de mas que hay aquí!!!! espero que subas el siguiente capitulo pronto y lo iguales en ff ya que aquí es un poquito difícil...
ResponderEliminarsaludos desde Colombia!!!!
me encanta tu historia, es increible lamanera ne la que va tomando forma y el como describes los sucesos, lo que sienten, todo es muy del estilo de Stephenie Meyer, muero por saber como seguira esta hisotria.
ResponderEliminarFelicidades eres una gran escritora ;) ♥
me encanta es fascinante... aunque no se si soy la única pero confunde a veces eso de que cambias abrupta mente de épocas, para no generar confusiones sugiero que coloques la época en la que escribes :D
ResponderEliminarPero me encantaaaa es genial amo la trama amo cada partecita :D estoy ansiosa esperando el próximo capitulo
BEIJOS
MERCE
un capítulo torturante para Edward y es sólo el comienzo, pobre cómo debe odiarse por sentir lo que siente, Bella debe sentir lo mismo, siempre han estado sincronizados. excelente capítulo
ResponderEliminarcariños. sandra